¿Y si no hubiera sido mujer? | IIES

¿Y si no hubiera sido mujer?

¿Y si no hubiera sido mujer?

¿Y si no hubiera sido mujer?

Lynn Petra Alexander nació en Chicago, Illinois, un 5 de marzo de 1938. Cumpliría este año 83 años de edad y fue la mayor de cuatro hijas mujeres. Sus padres, Morris y Leone Alexander, un abogado y una ama de casa, cultivaron en sus hijas el amor por el conocimiento y la confianza en sí mismas. Su apoyo incondicional, los llevó a inscribir a Lynn en una escuela experimental de la Universidad de Chicago, después de que la pequeña empezara a tener problemas de disciplina en la escuela primaria O´Keffe, en el este de la ciudad. Excepcionalmente brillante, Lynn inició sus estudios universitarios a la edad de 16 años y recibió un título de licenciatura a los 19. A esa tierna edad se casó con Carl Sagan y se trasladaron a la Universidad de Wisconsin-Madison donde obtuvo el grado de Maestría en Biología Celular y Genética. Continuó con sus estudios en la Universidad de California, Berkeley donde se concentró en el campo de la genética. Con cuatro hijos, dos con Carl Sagan y dos con su segundo esposo Thomas Margulis, Lynn trabajó en la Universidad de Boston durante 22 años, antes de trasladarse a la Universidad de Massachusetts en Amherst.  A unos días de su muerte, un 22 de noviembre del 2011, Antonio Lazcano escribía: “Dueña de una vitalidad inigualable”, sus alumnos la habían apodado “Nuestra Señora del Movimiento Perpetuo” y por esos mismos días Ricardo Guerrero, Presidente de la Asociación Española de Microbiología la llamó uno de los biólogos más sobresalientes del Siglo XX (Guerrero, 2011; Lazcano, 2011). Aún sus mayores críticos lamentaron su muerte y reconocieron sus aportes al campo de la biología evolutiva y la microbiología.  

En distintos periódicos y revistas, la describen como una mujer “independiente”, “con un don especial”, “enérgica”, con una “mezcla explosiva de su inteligencia, irreverencia científica y enorme calidez”, cualidades que a simple vista permiten comprender que esta mujer se abrió paso en un campo hostil, con fortaleza y alegría sin pensar en las adversidades (Lake 2011; Lazcano, 2011). Esta energía se percibe con una fuerza indescriptible en entrevistas y grabaciones que se encuentran en la red.

Es probable que este arrojo avasallador, le hubiera permitido avanzar en su carrera sin reparar en las dificultades que ante ella aparecieron. Tampoco sorprende que nunca se hubiera enterado de la existencia del patriarcado. Quizá por ello, a quienes le preguntaron si había tenido dificultades como mujer en la ciencia, replicaba tajantemente: “Yo no hablo de mujeres ni para mujeres: es demasiado limitado” y en cierta ocasión aclaró que “Hay quienes han dicho que mi estilo de trabajo sobre la evolución es femenino, y eso es un error” (Martínez, 2014). Cuando más mesurada, solía decir que ella no tenía respuesta a esas preguntas, o que no sabía al respecto, o bien que como mujer nunca tuvo ningún problema ¡Y claro que nunca tuvo un problema, su presencia y su actitud combativa desarmaba a cualquiera! Un ejemplo de ello lo encontramos en una entrevista para la televisión transmitida por el canal de investigación de la Universidad de Washington (Tischfield, 2004). En ella, Lynn Margulis no solo difiere con su entrevistador Jay Tischfield, Jefe del Departamento de Genética de Rutgers de la Universidad del Estado de Nueva Jersey, sino que termina amonestándolo con cándida indiferencia. En otro momento de esa misma conversación, le pregunta jocosamente si le gustaría creer que las colas de sus espermatozoides provienen de espiroquetas, respondiéndose ella misma, “La mayoría de los hombres, la mayoría de los biólogos evolutivos, no [quieren creerlo].  Cuando entienden lo que estoy diciendo, no les gusta” haciendo broma de la identidad masculina y la noción de virilidad (Tischfield, 2004). 

A pesar de su negación al feminismo, es claro que en su lenguaje se encuentra un discurso crítico de las dicotomías, aunque no reconociera la dicotomía del sistema sexo-genérico. Sin embargo, estaba consciente que esta visión dualista tiene consecuencias importantes. En alguna ocasión reprobó que los campos de conocimiento estuvieran “chovinísticamente aislados” y reconoció que “la tendencia a dicotomizar y luego creer en esas dicotomías, que interfieren no solo con la ciencia sino con todo” son un problema. Es decir, sin ser feminista, pero siendo mujer, veía claramente que las dicotomías socavan el conocimiento científico (Chelsea Green Publishing, 2010).  Para ella, la ciencia tenía que tener una visión integral y holística y solía decir que la ciencia no es ciencia si no está integrada (“it is not science to me unless it is integrated”) (Chelsea Green Publishing, 2010). Inadvertidamente, blandía un argumento central de la epistemología feminista, que consiste en reconocer que la ciencia no es monolítica, inconmovible y que no está exenta de las fuerzas sociales. Su rechazo a la fragmentación del conocimiento, era un rechazo a un sistema dicotómico, jerárquico y asimétrico.

Contrario a la insondable trinchera que la misma Margulis trazaba entre su experiencia como científica y el feminismo, no se puede negar que su condición de mujer jugó un papel importante en la articulación de su propuesta teórica. Es posible observar en su biografía y escuchar en sus palabras, la voz de una mujer poco común, pero también se escucha la voz de todas las mujeres que trabajan y que intentan equilibrar lo público y lo privado; lo profesional y lo personal. Quizá por ello, Antonio Lazcano dijo que era “imposible separar la vida personal de Lynn Margulis de su biografía científica”[1] y recordó que a los 16 años llegó a México para trabajar en un proyecto de etnobotánica con Oscar Lewis” dominando el “castellano que había comenzado a conocer cuando se aventuraba con audacia adolescente a los barrios bajos de su natal Chicago” (2011). Este gusto por los idiomas y las culturas, también lo reconoce Ricardo Guerrero (2011) cuando nos comparte que “su curiosidad intelectual la motivó frecuentemente a revisar literatura científica más antigua, hasta en idiomas que ella no comprendía”. Leyó los trabajos de los biólogos rusos Andrei S. Famintsyn (1835-1918), Konstantin S. Merezhkosvsky (1855-1921), Mikhaylovich Kozo-Polyansky (1890- 1957) quién a su vez, influyó en Ivan E. Wallin ( 1883-1969) y que Lynn Margulis recuperó del olvido, junto con los trabajos del paleontólogo Joseph Leidy (1823-1891). De todos ellos abrevó a manos llenas y siempre reconoció sus aportes, así como la influencia de sus maestros y de Carl Sagan.

Este generoso agradecimiento, contrasta con la lógica competitiva imperante entre otros científicos de su tiempo, llegando algunos a desprestigiar el trabajo de otras mujeres en la ciencia como Rosalind Franklin. El interés histórico de Lynn Margulis, muy parecido al naturalismo decimonónico, también le permitió transitar desde la zoología a la genética y de allí a la microbiología sin ningún problema, cuando la ciencia de mediados de Siglo XX tendía, cada vez más, hacia la especialización.  Criticó a la biología evolutiva y la llamó zoocéntrica por enfatizar sus hallazgos en animales y la geología también la llamó “numerología” por usar modelos matemáticos para entender matemáticas, obviamente estas críticas la hicieron, como ella misma lo reconoció “persona non grata” (Teresi, 2011).

Fuera leyendo y aprendiendo de textos olvidados, revisando literatura marginal e ideológicamente suprimida, integrando disciplinas en divergencia, siendo agradecida y colaborando en proyectos arriesgados como la Teoría de Gaia que propuso junto con James Lovelock, Lynn Margulis siempre nadó contra corriente. Su artículo más importante, en el que cimenta la Teoría de Simbiogénesis, fue rechazado 15 veces, antes de ser publicado en 1967, y se mantuvo impasible ante las críticas a sus ideas (Weber, 2011). Con su vida y su obra Lynn Petra Alexander nos dio un ejemplo a seguir y tumbó barreras y prejuicios para las jóvenes investigadoras que le siguieron. Mientras ella se desligaba de la lucha feminista y exigía el reconocimiento y la valoración de las bacterias y la vida microbiana, su modo de andar, hablar, y pensar, su fuerza e intensidad nos inspiró como mujeres. Sus críticos la calificaron de excéntrica, pero E.O. Wilson la llamó “la pensadora sintética más exitosa de la biología moderna” (Glorfeld, 2018).

Aída Atenea Bullen Aguiar
Marzo 2021


[1] La separación entre la vida profesional y la vida personal, es un tema ampliamente estudiado desde distintos enfoques feministas que exploran la división sexual del trabajo, donde las tareas de cuidado y reproducción de las condiciones materiales de existencia, recaen sobre las mujeres, liberando a los varones de esas responsabilidades. Esto representa un problema para las mujeres trabajadoras que no pueden delegar sus responsabilidades del hogar por su género, aumentando así la doble jornada de trabajo. Aquellas con el suficiente poder adquisitivo, contratan los servicios de otras mujeres para realizar las tareas del hogar, manteniendo intacta la división sexo-genérica del trabajo.

Referencias:

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